lunes, 21 de octubre de 2013

Gilles Aillaud






(París, 1928-2005) uno de los principales representantes de la corriente pictórica denominada figuración crítica, surgida en la capital francesa hacia 1963.  Los dos principios sobre los que se erige su trabajo y su discurso estético son la recuperación de una pintura verdadera, a la que confiere un valor transitivo (esto es, la pintura ha de ser de alguna cosa), y la negación radical de la retórica neovanguardista de la modernidad son. Aunque Aillaud decide dedicarse a la pintura tardíamente, hacia 1963, nunca abandona su otra ocupación: la escritura teatral y la escenografía. A este respecto, cabe citar el vínculo personal, artístico y laboral que mantiene con Eduardo Arroyo y Antonio Recalcati, con quienes ha trabajado en distintas ocasiones en la puesta en escena de diversos textos por él firmados.
El conjunto de la pintura de Aillaud muestra un trabajo homogéneo estilística y conceptualmente en el que se distinguen dos temáticas: animales en el zoo y paisajes panorámicos, que aparecen como asunto a partir de 1978 y en los que desarrolla un estilo que Christian Derouet califica de “acabado de lejos”. Por un lado, la luz (natural o artificial) y el color constituyen la base de su pintura. Por otro, los animales, convertidos en protagonistas silenciosos de sus grandes lienzos no se presentan como alegorías o símbolos, sino como ejemplos de alienación y de vida convertida en espectáculo. Así, el artista, presente en los cuadros a través de su mirada, ocupa el mismo lugar que el público que se asoma a las jaulas o estanques en busca de un gesto de reconocimiento por parte del hipopótamo o de los tapires. No solo la inclusión de las rejas confiere a la pintura la idea de separación, también apela al vacío y le otorga un valor constructivo, tal y como extrae de su admiración por Vermeer, y también emotivo, pues en ese espacio vacío se establecen las relaciones entre el animal y el espectador.
En cuanto a los paisajes, ya sean localizados en un río o en el desierto, tienen en común una marcada y lejana línea de horizonte que le permite crear un vasto escenario en el que los motivos, vivos o inertes, animales o piedras, se concentran en el último plano. Mediante este recurso, Aillaud introduce la misma idea de distancia que domina en sus escenas de zoo y en palabras de Michel Sager, que "pinta modos precisos y reales de estar en el mundo".

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